San Luis IX |
Luis nació en Poissy en 1214. En ocasión de su bautismo su madre, Blanca de Castilla, reina de grandes cualidades morales e intelectuales, lo estrechó tiernamente en su corazón y le dijo: “¡Hijito, ahora eres templo del Espíritu Santo, conserva siempre tu corazón puro y jamás lo manches con el pecado”.
El mayor empeño de la madre era inculcar en el espíritu del hijo un gran odio al pecado y le repetía estas palabras: “Hijo mío, preferiría verte muerto y sin las insignias reales, a saberte manchado por un pecado mortal”. Estas y otras exhortaciones semejantes no dejaban de causar profunda impresión en el alma del niño. Blanca de Castilla tuvo mucho cuidado en escoger excelentes profesores e instructores para el futuro rey.
Al morir su padre, Luis fue coronado rey a los 12 años, pero bajo la regencia de su madre. En 1234 contrajo matrimonio con Margarita de Provenza, princesa de grandes virtudes. Del matrimonio nacieron once hijos.
Con 21 años de edad, tomó en sus manos las riendas del gobierno. Una vez con el poder en sus manos, continuó siendo hijo obediente y respetuoso de su madre.
Luis supo conciliar sus preocupaciones gubernamentales con una piedad profunda, un espíritu de penitencia y una gran caridad para con todos. Asistía diariamente a la santa Misa y recibía la comunión y se levantaba durante la noche para rezar Maitines. Cierta vez oyó decir que los nobles lo censuraban por ir a misa todos los días, pero Luis respondió que si él dedicara el doble del tiempo a los juegos o a la caza, nadie lo reprendería.
Su más grande preocupación durante su gobierno fue la administración de la justicia. Por esto, dedicaba algunas horas por día a escuchar a cualquier persona que tuviera algún asunto que tratar. En la opinión del gran obispo Bossuet, nunca hubo un rey que llevara la corona de forma más santa y más justa que San Luis. Fue el prototipo del rey feudal, santo en la vida pública y familiar. Se preocupó al mismo tiempo de los intereses de Francia y de la Iglesia a la que siempre amó y protegió.
Su amor a Cristo, a la Iglesia y al Papa lo llevó a organizar por dos ocasiones cruzadas para liberar los lugares consagrados a la memoria de Cristo de la profanación de los musulmanes. Pero no fue afortunado después de una primera victoria en Egipto, fue de inmediato derrotado y tomado prisionero. Consiguió la libertad solamente después de cinco años, a precio de oro. Volvió a Francia donde ya había fallecido su santa madre. Quince años después, organizó otra cruzada; esta vez fue la peste la que victimó parte del ejército junto al propio rey Luis.
Antes de cerrar los ojos al sueño eterno, Luis entregó el gobierno a su hijo Felipe. Con una piedad que a todos conmovió, recibió los santos sacramentos. En su gran humildad pidió que lo acostaran sobre cenizas y así, con los brazos cruzados sobre su pecho, los ojos elevados al cielo, exhaló su último suspiro el 25 de agosto de 1270 a la edad de 55 años.
La fama de santidad y los milagros verificados sobre su tumba llevaron al Papa Bonifacio VIII a conferirle oficialmente el título de santo.