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martes, 15 de febrero de 2011

Santa Angela Merici


La gloria de esta santa está unida a dos instituciones de mucha actualidad: la educación de las futuras madres de familia para restablecer la célula familiar y la creación de una institución religiosa flexible.
Ángela nació en Desenzano, al norte de Italia, en 1474, en una familia pobre pero muy cristiana. Desde su infancia se sintió inclinada a la vida piadosa. Le gustaba leer la vida de los santos del desierto, cuya duras penitencias trató de imitar a su modo.
La vida la probó duramente: huérfana de padre y poco después de madre, perdió a una hermana a quien amaba mucho. Fue entonces entregada a un tío, en la vecina ciudad de Saló. Se cuenta que en el tiempo en que aún vivía con la hermanita en la casa del tío, movida por el deseo de imitar a los eremitas del desierto, abandonó clandestinamente con su hermana la casa y se escondió en una gruta, a dos horas de camino de Saló. Después de una larga búsqueda, fue descubierto su paradero y llevada nuevamente de vuelta al hogar.
Tras la muerte de su hermanita y su tío, Ángela, en plena juventud, volvió a su ciudad natal con el deseo secreto de hacer algo para educar a las niñas y jóvenes, sobre todo a las que estaban expuestas a peligros morales. Fue en este periodo que Ángela tuvo una visión. Vio una multitud de doncellas rodeadas de una luz celestial que traían coronas en la cabeza y lirios en las manos, acompañadas por ángeles, subiendo una escalera cuyo extremo terminaba en el cielo. Al mismo tiempo oyó una voz que le decía: “Ángela, no dejarás la tierra mientras no hayas fundado una unión de doncellas igual a la que acabas de admirar”. Ángela vio en esto una señal divina.
Con un grupo de jóvenes visitaba las cárceles, los hospitales, cuidaba a los pobres y abandonados. Impresionada por la decadencia de las costumbres familiares, consecuencia del espíritu pagano originado por el Renacimiento, comenzó a concentrar sus esfuerzos en la educación de las niñas y jóvenes, de quienes dependería, ampliamente, la salud moral de las familias.
Atacó los males de su tiempo en el punto más vulnerable. Con sus jóvenes, a quienes llamó Siervas de Santa Ursula, dio inicio a la educación y formación de niñas y jóvenes. Ángela dio a su institución religiosa un estilo bastante ágil, flexible, sin tantas estructuras, adaptable a las diversas exigencias de los tiempos y los lugares, con un ánimo de vida comunitario. Fue, por lo tanto, una innovadora de la vida religiosa femenina.
Al inicio de su obra y con el fin de atraer mayor asistencia divina, Ángela hizo una peregrinación a Tierra Santa, viaje pesado y peligroso en aquellos tiempos. De hecho enfermó y perdió la vista, así que no vio nada más que con los ojos de la fe. En el viaje de regreso, el barco perdió el rumbo y atracó en la isla de Candía. Allí, cerca del puerto, había un santuario que conservaba un crucifijo milagroso. Ella se dirigió hasta el lugar y pidió a Nuestro Señor que le restituyese la vista. Su oración fue escuchada y ella se levantó curada. Para demostrar su gratitud, más tarde hizo una romería a Roma, con ocasión del Jubileo de 1525. el Papa Clemente VII la recibió en audiencia, examinó sus proyectos y bendijo su obra, que parecía haber sido impuesta por la Divina Providencia.
Santa Ángela murió el día 27 de enero de 1540. Habiendo Dios glorificado con muchos milagros la tumba de su sierva, San Carlos Borromeo inició el proceso de beatificación, que concluyó en 1768. El Papa Pío VII la canonizó en el año de 1807.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Santa Cristina

San Pablo dice que Dios escoge a los débiles para confundir a los fuertes y obra sus maravillas a través de instrumentos humildes. En efecto, Cristo escogió a doce pobres e iletrados pecadores para la más grande obra de la historia de la humanidad: la predicación del mensaje evangélico que revolucionó el mundo.
El Martirologio Romano conmemora hoy (15 diciembre) entre otros santos a Santa Cristina, virgen, con estas palabras: “En Georgia, más allá del Mar Negro, Santa Cristina, esclava, por la eficacia de sus milagros convirtió a aquellos pueblos a la fe cristiana en el tiempo de Constantino Magno”.
Santa Cristina
Cristina, cuyo nombre primitivo era Nuné, cayo en manos de los enemigos a causa de la invasión de los pueblos bárbaros en la frontera oriental del Imperio Romano y fue vendida como esclava. Con resignación y admirable paciencia, Cristina aceptó su triste suerte con la convicción de que era una manera de cumplir con la voluntad de Dios. Aunque rodeada de elementos paganos y sintiéndose aislada en un medio hostil, permaneció fiel a las prácticas religiosas. En la medida en que aumentaban los peligros y sufrimientos, Cristina crecía en obras de piedad y mortificación.
A los paganos no podía pasar inadvertido el modo de vivir de Cristina, tan diferente al suyo. Por su humildad, modestia y bondad, poco a poco se hizo merecedora de su admiración y respeto. Todo el mundo la conocía como cristiana y pasó a ser llamada con el nombre latino Cristina, por la fe que profesaba con amor y convicción.
En una ocasión, una madre de familia desesperada por la grave enfermedad de su hijo buscó a Cristina para que pidiera la protección de Dios. Esta se arrodilló a los pies de la cama donde estaba el niño y rezó con tal fervor que el pequeño se despertó, comenzó a sonreír y se levantó  completamente restablecido. La fama de este milagro se difundió por toda la región, despertando simpatía a favor de la religión que Cristina profesaba. La muchacha aprovechó esta circunstancia para hablar del Dios de lao cristianos, de Cristo y de la salvación que nos espera.
Poco después sucedió otro milagro en el que Dios se sirvió de esta humilde esclava para proclamar su gloria y abrir los corazones al Evangelio. La reina de aquella nación cayó gravemente enferma. Agotados todos los recursos de la medicina sin conseguir ninguna mejoría, alguien le habló a la reina del Dios de Cristina, que realizaba curas milagrosas a través de las oraciones de su fiel servidora. En un comienzo, Cristina se negó a presentarse delante de la reina alegando su incapacidad, pero finalmente cedió a las insistencias con el propósito de poder ser instrumento de la gloria de Dios.
Las oraciones de la humilde esclava fueron atendidas por Dios y la reina recuperó su salud. Para manifestar su reconocimiento el rey ofreció a Cristina valiosos regalos que ella rechazó terminantemente, atribuyendo todo el mérito a Dios. Hizo una exposición de la doctrina cristiana que llevó a la reina a un sincero deseo de conversión. Por sugerencia de Cristina, el rey mandó emisarios a Constantinopla para pedir al emperador y al patriarca que enviaran misioneros para instruir al pueblo en la fe cristiana.
Cuando llegó un obispo acompañado por algunos sacerdotes a Georgia, encontró a los soberanos y parte del pueblo dispuesto a acoger el mensaje de Cristo y a recibir el bautismo. Fue el inicio de la conversión de la nación entera.
Sucedió así que la escava Nuné, identificada por el ejemplo y por la perseverancia como “cristiana”, se transformó, según los planes de Dios, en instrumento de evangelización para un pueblo que vivía anteriormente en las tinieblas del paganismo.

sábado, 20 de noviembre de 2010

San Modesto

Este santo se hizo especialmente benemérito de la Iglesia Católica por haber restaurado los templos de los Santos Lugares de Jerusalén, después del terrible destrozo que hicieron allí los persas.
En el año 600 el rey persa Cosroes, pagano y enemigo de la religión católica invadió la Tierra Santa de Palestina, y ayudado por los judíos y samaritanos fue destruyendo y quemando sistemáticamente todo lo que encontró de católico por allí: templos, casas religiosas, altares, etc. Mandó matar a millares de cristianos en Jerusalén, a muchos otros los vendió como esclavos y al resto los fue desterrando sin piedad. Al arzobispo de Jerusalén, San Zacarías lo envió al destierro también.
Y fue entonces cuando Dios suscitó a un hombre dotado de especialísimas cualidades para reconstruir los sitios sagrados que habían sido destruidos. Fue Modesto, superior de uno de los conventos de Tierra Santa.
Después de varios años en que los habitantes de Palestina tuvieron que soportar el régimen del terror de los persas, los excesos del ejército del rey Cosroes y los desmanes de los judíos, que aprovecharon la situación para destruir cuanto templo católico pudieron, de pronto el emperador Heráclito con su ejército fue derrotando a los persas y alejándoles de esas tierras.
Y aprovechando esa situación ventajosa, Modesto se dedicó con todas sus fuerzas y ayudado por sus monjes a recoger ayudas de todas partes y a reconstruir los templos destruidos o quemados por los paganos. Lo primero que reconstruyó fue el templo del Santo Sepulcro, y luego del Getsemaní y la Casa de la Última Cena y muchos más. Pedía ayudas por todas partes y poco a poco iba reconstruyendo cada templo, pero teniendo cuidada de que se conservara la antigua forma que tenía antes de la destrucción de los persas.
Las gentes contribuían con mucha generosidad, y así el Arzobispo de Alejandría en Egipto le envió mil cargas de harina para los obreros, mil trabajadores, mil láminas de hierro y mil bestias de carga. Y algo parecido hicieron los otros.
Cuando el emperador Heráclito de Constantinopla logró derrotar a Cosroes y quitarle la santa cruz que el otro se había robado de Jerusalén, el mismo emperador quiso presidir la procesión que devolvía la cruz de Cristo a la ciudad santa pero al llegar a aquellas tierras se encontró con una destrucción tan grande y terrible de todo lo que fuera sagrado, que Heráclito no pudo menos que echarse a llorar.
Y como el Arzobispo San Zacarías había muerto en el destierro, al emperador le pareció que el que mejor podía ejercer ese cargo era Modesto y lo nombró Patriarca Arzobispo de Jerusalén.
Fue una elección muy oportuna, porque entonces sí tuvo facilidad nuestro santo para dedicarse a reconstruir los centenares de templos y capillas destruidas por los bárbaros.
Modesto continuó incansable su labor de reconstruir templos, recoger ayudas e inspeccionar los trabajos en los diversos sitios. Pero un 18 de diciembre, mientras llevaba un valioso cargamento de ayudas para la restauración de los santos lugares fue envenenado por unos perversos para poder robarle los tesoros que llevaba, y así murió víctima de su gran trabajo de reconstrucción.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Beato Papa Juan XXIII

Beato Papa Juan XXIII

El 3 de septiembre del Año Santo 2000 se realizó una gran celebración para elevar a la gloria de los altares al Papa Juan XXIII, llamado por los romanos el “Papa bueno”. Nacido el 25 de noviembre de 1881 en la diócesis de Bergamo, en norte Italia, se llamaba Ángel Roncalli y había crecido en una familia de trece hermanos que vivía del trabajo de unas pocas hectáreas de terreno cultivado en parcelas.
Tuvo una educación familiar impregnada de fe y resguardada por el santo temor de Dios. Por sus dotes de piedad y de viva inteligencia fue encaminando a estudiar en el seminario, al que ingresó a los 12 años. Se aprovechó desde temprano de la dirección espiritual, tomando nota de sus propósitos y progresos en un diario que lo acompañó durante toda su vida y que dejó como un precioso y edificante documento de su espiritualidad. Después de su muerte, este diario fue publicado con el nombre de “Diario de un Alma”.
De 1901 a 1905 fue alumno del Pontificio Seminario Romano, que lo llevó al sacerdocio en junio de 1904. el obispo de Bérgamo lo quiso como su secretario y compañero en las actividades pastorales de la diócesis hasta que falleció en 1914. 
Fue profesor de Historia de la Iglesia, Patrología y Apologética en el seminario y colaboró en el diario católico de la diócesis, ofreciéndose también al servicio de la predicación asidua, profunda y eficaz en las parroquias.
Durante la Primera Guerra Mundial prestó servicios en el área de la salud, ofreciendo al mismo tiempo auxilios religiosos a los heridos.
 Llamado a Roma por el Papa Benedicto XV para cuidar de la Obra Pontificia De Propagación de la Fe, organizó la gran exposición misionera mundial durante el Año Santo de 1925. en este mismo año fue consagrado obispo y nombrado Visitador Apostólico en Bulgaria y, poco después, Delegado del Papa en Turquía y en Grecia. Allí se distinguió por su intenso ministerio a favor de los católicos y de los ortodoxos, manteniendo con estos últimos un diálogo respetuoso. Durante la Segunda Guerra Mundial, fue magnánimo en la ayuda a los prisioneros y salvó de la deportación a numerosos judíos.
En atención a sus servicios diplomáticos fue nombrado por el Papa Pío XII Nuncio Apostólico en Francia. Allí fue puesta  a prueba toda su habilidad diplomática debido a que la Iglesia, en ese país, era acusada de colaborar con las tropas de ocupación nazi. Y consiguió de hecho normalizar la organización eclesiástica durante el nuevo gobierno.
En 1953 fue elegido Cardenal y nombrado Patriarca de Venecia. Con 73 años de edad, Ángel Roncalli pensaba haber llegado al último grado de responsabilidad eclesiástica en su vida y encauzó las energías de su mente y su corazón para guiar, como buen pastor, la grey veneciana en la difícil posguerra. Pero Dios lo llamó cinco años después para ejercer el supremo gobierno espiritual de la Iglesia. Esto produjo luego del Cónclave del 28 de octubre de 1958, en la elección de sucesor del gran Pontífice Pío XII.
Tomó como nombre Juan XXIII, elección debida a su gran devoción por San Juan Bautista, el patrono de la iglesia parroquial en la que fue bautizado. Su actuación como Sumo Pontífice fue la de un buen pastor, delicado, solicito y, al mismo tiempo, bondadoso y audaz.
Uno de los primeros gestos de bondad fue una visita al hospital de niños de Roma, donde besó cada uno de los pequeños y a la cárcel, donde dirigió palabras de ánimo y dio la mano a cada uno de los presos.
Su magisterio social está expresado en las encíclicas Mater et Magistra y Pacem in terris. En su ministerio se desempeño como obispo de la diócesis de Roma y visitó las iglesias del centro y de la periferia. Convocó un Sínodo en Roma y, de manera totalmente imprevista y con gran impacto, convocó al Concilio Ecuménico Vaticano II, inaugurado el 11 de octubre de 1962.
En todas sus actividades pastorales fue guiado por un profundo espíritu de oración y por la solicitud evangélica cargada de bondad y de confianza incondicional en la eficiente presencia de Cristo en la Iglesia.
Falleció la tarde del 3 de junio de 1963. Su memoria litúrgica se celebra el 11 de octubre.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Laura Vicuña

Laura Vicuña

Laura Vicuña nació en Santiago de Chile el 15 de abril de 1891, hija de José Domingo Vicuña, militar y miembro de una distinguida familia chilena, y de Mercedes. A causa de los conflictos que se desarrollaban por aquella época y que culminarían con la destitución del presidente Balmaceda, el padre de Laura decidió trasladarse con su familia a Temuco, en el sur de Santiago, con el fin de proteger a su familia de las persecuciones políticas. Poco después, José Vicuña falleció.
La madre de Laura, Mercedes, sola y con dos hijas pequeñas, viajó a la Argentina y se estableció en Neuquén, en la casa de un estanciero muy rico llamado Manuel Mora, hombre inescrupuloso y violento con el que comenzó una relación amorosa irregular. A Laura no le gustaba aquel hombre.
En 1899 se abrió en la zona un colegio de las hermanas de María Auxiliadora, al cual comenzó a asistir Laura, que se destacó inmediatamente por su bondad y compañerismo. Dos años más tarde recibió la Primera Comunión, que hizo con gran fervor, y desde ese día se comprometió a vivir para Jesús y a rezar por la conversión de su madre, impedida de recibir los sacramentos por su situación irregular y alejamiento de la fe. Al mismo tiempo, Laura alimentaba el deseo de consagrarse a Dios en la congregación de las Hermanas de María Auxiliadora.
El estanciero con el cual compartían la vivienda, al ver que Laura se convertía en una jovencita muy atractiva, intentó propasarse con ella, pero la niña rechazó con firmeza. Sin embargo, Mercedes, su madre, a pesar de conocer los hechos, continuó junto a aquel hombre.
Muy triste y preocupada por aquella situación, Laura tomó una determinación radical: ofrecería su propia vida a Jesús a cambio de la salvación eterna de su mamá. Lo consultó con su confesor y éste, después de meditar largamente el pedido de la niña, la autorizó a realizar aquel ofrecimiento. Laura tenía sólo 12 años.
Al poco tiempo la salud de la niña comenzó a declinar rápidamente y finalmente enfermó de gravedad. La madre de Laura se trasladó junto a su hija a un pueblo vecino a la estancia, en Juan de los Andes, y se instaló en una pequeña casita, donde se dedicó a cuidar a su hija.
Pero Laura, agotada por las fiebres y los dolores, ya no se recuperó. Sin embargo ella estaba tranquila y contenta, jamás se quejaba y soportaba su mal con cristiana serenidad.
Momentos antes de morir, llamó junto a sí a su madre y le confesó que moría feliz porque Jesús había escuchado su pedido. También le pidió que cambiara de vida y regresara a Jesús.
La madre, emocionada por la ofrenda de su hija, se lo prometió. Poco después, la jovencita moría en la paz de Dios. Era el 22 de enero de 1904 y le faltaban dos meses para cumplir 13 años. Mercedes Vicuña mantuvo su promesa: abandonó a Mora y desde entonces llevó una vida cristiana.
El papa Juan Pablo II beatificó a Laura Vicuña el 3 de septiembre de 1988 y la presentó como testimonio de vida y modelo de santidad, especialmente para los niños y jóvenes.

viernes, 27 de agosto de 2010

San Luis IX

San Luis IX
Caso único en la historia que dos primos, hijos de dos hermanos, Blanca y Bereguela de Castilla, reinen al mismo tiempo, uno en España y otro en Francia y lleguen a la santidad comprobada por la Iglesia en el desempeño ejemplar de la difícil tarea de gobernar. Son ellos Fernando de Castilla y Luis IX, rey de Francia.

Luis nació en Poissy en 1214. En ocasión de su bautismo su madre, Blanca de Castilla, reina de grandes cualidades morales e intelectuales, lo estrechó tiernamente en su corazón y le dijo: “¡Hijito, ahora eres templo del Espíritu Santo, conserva siempre tu corazón puro y jamás lo manches con el pecado”.
El mayor empeño de la madre era inculcar en el espíritu del hijo un gran odio al pecado y le repetía estas palabras: “Hijo mío, preferiría verte muerto y sin las insignias reales, a saberte manchado por un pecado mortal”. Estas y otras exhortaciones semejantes no dejaban de causar profunda impresión en el alma del niño. Blanca de Castilla tuvo mucho cuidado en escoger excelentes profesores e instructores para el futuro rey.
Al morir su padre, Luis fue coronado rey a los 12 años, pero bajo la regencia de su madre. En 1234 contrajo matrimonio con Margarita de Provenza, princesa de grandes virtudes. Del matrimonio nacieron once hijos.
Con 21 años de edad, tomó en sus manos las riendas del gobierno. Una vez con el poder en sus manos, continuó siendo hijo obediente y respetuoso de su madre.
Luis supo conciliar sus preocupaciones gubernamentales con una piedad profunda, un espíritu de penitencia y una gran caridad para con todos. Asistía diariamente a la santa Misa y recibía la comunión y se levantaba durante la noche para rezar Maitines. Cierta vez oyó decir que los nobles lo censuraban por ir a misa todos los días, pero Luis respondió que si él dedicara el doble del tiempo a los juegos o a la caza, nadie lo reprendería.
Su más grande preocupación durante su gobierno fue la administración de la justicia. Por esto, dedicaba algunas horas por día a escuchar a cualquier persona que tuviera algún asunto que tratar. En la opinión del gran obispo Bossuet, nunca hubo un rey que llevara la corona de forma más santa y más justa que San Luis. Fue el prototipo del rey feudal, santo en la vida pública y familiar. Se preocupó al mismo tiempo de los intereses de Francia y de la Iglesia a la que siempre amó y protegió.
Su amor a Cristo, a la Iglesia y al Papa lo llevó a organizar por dos ocasiones cruzadas para liberar los lugares consagrados a la memoria de Cristo de la profanación de los musulmanes. Pero no fue afortunado después de una primera victoria en Egipto, fue de inmediato derrotado y tomado prisionero. Consiguió la libertad solamente después de cinco años, a precio de oro. Volvió a Francia donde ya había fallecido su santa madre. Quince años después, organizó otra cruzada; esta vez fue la peste la que victimó parte del ejército junto al propio rey Luis.
Antes de cerrar los ojos al sueño eterno, Luis entregó el gobierno a su hijo Felipe. Con una piedad que a todos conmovió, recibió los santos sacramentos. En su gran humildad pidió que lo acostaran sobre cenizas y así, con los brazos cruzados sobre su pecho, los ojos elevados al cielo, exhaló su último suspiro el 25 de agosto de 1270 a la edad de 55 años.
La fama de santidad y los milagros verificados sobre su tumba llevaron al Papa Bonifacio VIII a conferirle oficialmente el título de santo.